Artischock

Memorias, crónicas y declaraciones de amor (por el arte). Blog de Leticia Obeid

2014/11/17

Alucinamos una ciencia personal

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Apuntes sobre un diálogo con Ignacio Amespil
Publicado en revista Planta, 2009                                                                                           


Esta tirada no se completará nunca, es al mismo tiempo menor y mayor que el infinito, ese número mental localizado, radiografiado, como la obtención de un vaso de agua pesada. Las infiltraciones de sustancia blanca y gris influyen en el peso de los sistemas. El objetivo absorbe fisiológicamente la visión. Olviden la cuenta regresiva video-popularizada, porque ya izamos el infinito de manera práctica y sin la utilización de grúas pesadas: él está en órbita, en aquella cápsula de plomo.
Buena suerte.
Esta advertencia es matemática.
                          Ricardo Basbaum[i]



Las colaboraciones entre arte y ciencia se suelen celebrar como un encuentro indiscutiblemente benéfico. Las instituciones las promueven, estimulan y premian. Desde los concursos que financian empresas de telecomunicaciones, hasta las más nuevas formas de producción y experimentación tecnológicas en la que los artistas asumen el modelo de inventores, pasando por el llamado “arte digital” o las experiencias ligadas a la biotecnología, en general se acuerda en que estos dos respetables campos de la actividad humana se llevan intrínsecamente bien.
Sin embargo, arte y ciencia no crean subjetividad de la misma manera ni con los mismos fines. Es más, desde ciertas perspectivas críticas, están en lugares opuestos. La visión más corrosiva de que disponemos sobre la ciencia suele provenir del psicoanálisis y, sin entrar en temas que nos exigirían el manejo de unos conceptos muy codificados y un vocabulario extremadamente específico, podemos detenernos en una definición proveniente del mismo: la ciencia como discurso de un saber sin sujeto, pero que no obstante oculta el artificio con el que se sostiene: una garantía de lo sagrado.[ii]
Entonces, tenemos por un lado una producción artística que se alía con la ciencia, sea buscando un cobijo institucional, o adoptando una agenda algo oportunista  si se quiere, con los temas de época. Pero luego podemos sutilmente diferenciar producciones que tocan el problema, lo atraviesan o lo desmenuzan, apropiándose de las herramientas de la ciencia o subvirtiendo sus reglas.
Ignacio Amespil trabaja en esa segunda línea y a lo largo de este texto vamos a ir analizando algunos ejemplos de éste, que es sólo un aspecto de su hacer.
Amespil estudió en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, donde transitó por las materias típicas de la formación artística académica: escultura, pintura, grabado, dibujo, historia. Hacia el final de esta fase formativa irían apareciendo algunos rasgos y elementos que constituyen su práctica actual: una búsqueda que se pregunta por el soporte mismo de las imágenes (imágenes mentales, como dice Hans Belting[iii]); un interés en todas las formas de medir, clasificar, catalogar, es decir en prácticas taxonómicas; la inclusión del tiempo como elemento fundamental de cada pieza material; y por sobre todo una actitud lúdica, casi de bricoleur, mezclando los procedimientos del arte con las operaciones provenientes de la ciencia.
La casa-taller de Amespil es como un laboratorio, colonizado por experimentos cocinándose a diferentes temperaturas y velocidades. Pero no pensemos en un laboratorio aséptico y con olor a espadol o a alcohol en gel (el ejemplo más reciente de la relación entre ciencia, medicina, y mercado); no, se trata de un paisaje donde los objetos reposan y circulan alternativamente, en una vital falta de jerarquías. En una mesa conviven tubos, piedras, pedazos de caucho, pastilleros con trocitos de nuez moscada y cápsulas de remedios; libros de geometría, tablas de elementos químicos, manuales ilustrados para construir máquinas, enciclopedias de medidas, diccionarios técnicos; en los estantes, piezas de yeso con diferentes formas pero perímetros idénticos; un vaso con agua y piedras semipreciosas; cuencos con resina sólida, en escamas, o en diluciones diferentes; en la cocina frutos secándose, un cadáver de hipocampo, anotaciones en los azulejos con respecto a la posibilidad de incluir nuevas palabras en el diccionario, como la brillante independer;  en el baño el “Libro de los inventos”, de Isaac Asimov; y en otra habitación una wunderkammer donde los objetos preciosos pueden ser ejemplares minerales, vegetales, souvenires, juguetes, balanzas de joyería, o pedazos de plástico (¿Acaso el plástico no es natural? ¿quién dice?)
FOTO 1
En diferentes procederes, Amespil intenta aplicar lo que él llama “ese efecto científico por excelencia”, la taxonomía, a fenómenos y cosas tan diversas como una piedra, un animal, un transistor,  desechos, o palabras.
Ejemplos:
1.     Durante un tiempo estudió parásitos en libros de bioquímica; empezó a reproducirlos volumétricamente en escala 50:1, usando gelatinas, siliconas, y otras mezclas caseras; estos seres, como él señala, sólo son definidos por la ciencia en términos del daño que ocasionan a los cuerpos anfitriones y no de vida propia, lo cual le hizo pensar en la arbitrariedad de los sistemas de catalogación. En la búsqueda de emociones más fuertes llegó a conseguir que le dejaran entrar a los laboratorios del Malbrán donde, para su desilusión, comprobó que gran parte del trabajo diario consiste no en mirar por el microscopio si no en cargar y procesar datos en computadoras.
2.     Palabras: Amespil toma una versión digital de un libro de Magallanes y busca con control + B todas las veces que aparece la palabra “indio”. Acto siguiente, analiza qué otras palabras rodean a esa. Repite la operación con un pdf de Ramona y las palabras “nuevo”, o “quiero”, y otras.
3.     Control de calidad: invitado por This is not a gallery a trabajar sobre el espacio de un edificio en construcción, Amespil hace un inventario de materiales y sus posibilidades de transformación a partir de los comandos digitales: cortar, pegar, copiar, deshacer. Deja un litro de alcohol al aire, para que se evapore. Comprueba los efectos de una amoladora aplicada de manera puntual durante un minuto exacto en el mármol, en la madera, en el conglomerado. Hace lo mismo con el fuego. Lleva otros materiales a construcciones casi imposibles, donde la consigna es generar ángulos de 90º. Copia la llave de la puerta de entrada en silicona, una soft versión dirá él, de ese dispositivo de seguridad.
4.     El tiempo: puestos a funcionar a la vez, 60 relojes irán perdiendo sincronía con el paso de los días. En un bloque, sobre una pared, las agujas empiezan a formar figuras geométricas que representan la progresión de una diferencia creciente, y de esta forma, la medición del tiempo se revela como una convención tan arbitraria como falible.

Así entendida, su práctica no admitiría algunas divisiones que estamos acostumbrados a percibir en la producción artística. En el caso de Amespil, no hay un taller separado de los espacios cotidianos, ni una producción que se detiene o deja encerrar en horario de oficina –y vaya que el simulacro de la profesionalización en el arte se ha vuelto una cosa tan tentadora para muchos artistas!-. Hasta la exhibición de piezas puntuales presenta ciertos problemas de taxonomía: ¿cómo decidir qué es lo visible de un trabajo que nunca cesa? ¿cuándo está lista la obra? Las-obras, las sobras, dice él.
La matemática presente en esta práctica convive con tantos otros elementos y se ve unida a un empirismo tan fuertemente sensorial que termina mostrando su costado más material en una jungla de fenómenos casi alquímicos (y la palabra alquimia Al Quimia, La Química, al no disimular su vocación de saber sagrado, quizás haya sido la última versión de una ciencia que aún incluye al sujeto en el saber). Las instalaciones, en ese sentido, sólo alcanzan a recortar partes de un proceso continuo de investigación y de hacer.
Esto es posible verlo en su obra “Materiales para artistas IV" (le puse números de I a IV cada vez que la fotografié desde 2000 hasta 2003 cuando la pude mostrar, dice Amespil),  donde todos estos elementos del paisaje cotidiano se ordenan en estanterías, con un sistema propio de clasificación:

Y también en una muestra que inauguró en agosto en el ECuNHi, el espacio de arte contemporáneo de la Ex Esma. Supermercados consiste en la exhibición de una serie de productos de consumo cotidiano. La acumulación de los mismos se hizo de la siguiente manera: el artista le dio la misma lista de compras a diferentes personas y la misma cantidad de dinero. Con estos dos datos fijos, la persona puede escoger entre ciertas marcas, pero con la consigna de gastar enteramente el monto asignado, con lo cual la ecuación consiste en restar centavos de uno para agregarle a otro producto y viceversa. Este ejercicio más o menos simple sirve para analizar de qué manera se ofrecen las cosas en un supermercado; luego señala las diferencias de precio (y de clase) entre los barrios; también funciona como una especie de retrato de las preferencias personales en el consumo. Pero sobre todo, en su display, los objetos conforman una especie de ábaco postmoderno, en una compleja reflexión sobre el valor monetario y simbólico de la mercadería y la insignificancia de esa supuesta libertad de elección que el marketing ensalza. Esta obra, realizada y exhibida en otras ocasiones, en el contexto del edificio de la Ex Esma parece venir a recordarnos las conexiones entre nuestra economía actual de país deudor y la dictadura militar.

El carácter de estas experiencias permite que sean hechas una y otra vez, siempre con resultados diferentes, dándole por eso protagonismo a la experiencia misma. Frente a este conjunto –ya dijimos, apenas un recorte dentro de una producción más vasta y heterogénea- la sensación que va apareciendo es la de una especie de júbilo por la posibilidad de apropiación de unos mecanismos que parecen estar reservados a la solemnidad y sacralidad del discurso científico. Amespil maquetiza ni más ni menos que los postulados que hicieron nacer a la ciencia moderna, tal como la conocemos, con sus preguntas aún irresueltas sobre los límites entre especulación y comprobación; si bien hay un trasfondo de ironía – es decir: desencanto-  en este accionar, al traernos literalmente estos conceptos al alcance de la mano, nos vemos obligados a admitir que tiene que haber existido un momento en que la creatividad y el conocimiento eran elementos tan inseparables que no había palabras que los distinguieran. De esa antigua, maravillosa identidad, cada vez más infrecuente –o peor, caricaturizada- es que nos hablan en voz muy bajita, pero no por eso menos heroica, estos trabajos.







[i] NBP x yo-tú. Ed. Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Misiones (MAC-UNaM), Posadas, Argentina, 2003. Traducción de Francisco Alí Brouchoud.
[ii]Para situar el discurso del amo, sólo hay que seguir las dos dimensiones fundamentales que ese mismo discurso permite localizar en la vida contemporánea. De un lado, el mundo está hoy poblado de ondas -electromagnéticas, o las que se descubran-, lo que es tanto como decir que cualquier cosa que tomemos en consideración aparecerá sumergida en el campo de la ciencia. Para referirse a esta situación de la ciencia omnipresente, Lacan inventa el término de aletosfera (tal como se dice atmósfera, biosfera, zoosfera, o incluso la noosfera ideada por Teilhard de Chardin). La aletosfera se refiere a un universo en el que sólo circula la verdad, pero aquí teniendo en cuenta que se trata del modo científico de tomar la verdad, la verdad en su valor facial, desconectada de todo sujeto. Este es pues nuestro elemento, el de la ciencia como discurso de un saber sin sujeto, pero que no obstante oculta el artificio con el que se sostiene: el de un Dios que sería la garantía de la verdad. Del otro lado, y como consecuencia de esa aletosfera, el mundo aparece hoy poblado de lo que viene a ser su perfecto contrario: lo que Lacan llama las letosas, término construido a partir de la palabra griega lethé, olvido, y que encontramos en el nombre de Leteo, el río infernal en que las almas bebían para olvidar. Con este término Lacan denomina los olvidos que permite ese elemento de la verdad, olvidos que forman vacuolas, como las zonas de sombra de un radar, o las que llamamos, en nuestra época de teléfonos móviles, las zonas sin cobertura. De estas dos dimensiones proviene la definición de la verdad con la que trabaja el discurso del psicoanalista. La verdad ha dejado definitivamente de conocer lo real; lo real se sitúa en aquello de lo que es imposible demostrar su verdad. La verdad queda protegida por la impotencia generalizada.”
VICENS, Antoni, “Del revés de la trama a la repetición del trazo. Una introducción al seminario XVII de Jacques Lacan El reverso del psicoanálisis.” (Seminario del Campo Freudiano de Barcelona, 16 de octubre de 2004). En http://www.scb-icf.net/nodus/194DelRevesDeLaTrama.htm

[iii] BELTING, Hans: Antropologia de la Imagen, Katz Editores, Madrid, 2007.
En esa obsesión fundamental sobre la materialización de dichas imágenes, bascula, según el autor, la producción entera del arte moderno, llegando a una especie de clímax en el siglo veinte; quizás no sería descabellado pensar que en cierta forma muchos artistas reviven esa macro-historia en su propio camino, aún hoy.

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